Al otro lado de la pared

Fernando encendió un cigarrillo. Alejandra pegó su cara contra la almohada dejando al descubierto la espalda bañada en sudor. Disfrutaba de esos momentos sintiendo como su interior continuaba contrayéndose. Le gustaba estar sola. Recrearse en el placer; sentir como la respiración se normalizaba y la sonrisa del después, se dibujaba en su cara.
Quizá, por eso la ocultaba. Su orgullo tan acentuado le impedía que aquel engreído supiera las ganas que tenía de volver a hacerlo.
La habitación permanecía en silencio en contraste con sus mentes.

Fernando con cada calada, se premiaba por el trabajo bien hecho.
No sólo creía que aquella jovencita no había fingido; estaba seguro de ello.
Conocía bien a las mujeres y la cara de satisfacción al terminar no era una máscara. La rubía exuberante que tenía a su lado, acaba de sentir un orgasmo que no olvidaría en su vida. Le volvería a echar otro, pero prefería dejarla con las ganas.

Alejandra sopesaba qué hacer. Había conseguido su propósito; alcanzado su meta. Aquel bombonazo que apareció un día por la escuela de cocina, había sucumbido a sus encantos. Lo suyo en esos casos sería abrazarle, un poco de romanticismo, alguna suave caricia; pero el contacto con su piel podría suponerle un problema. Lo mejor era dejarlo estar, guardar ese as en la manga. Pero ¿por qué no poner un poco más de morbo a la velada?
Se levantaría despacio, insinuante, dejando que él la contemplara, que observara como su cuerpo desnudo recogía poco a poco la ropa extendida por la habitación. Le pondría a cien, a mil, pensando en cuando volvería a tenerla entre sus brazos.

El ruido acompasado de un cabecero chocando contra su pared, les alejó de sus pensamientos.
Alex, se giró para mirar a su compañero, Fer apagó el cigarrillo y sin mediar palabra se saltaron  los preliminares.


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